Lejos de surcar los mares con el único objetivo de asaltar los barcos que navegan plenos de riquezas, nos encontramos en nuestra época con piratas que abordan la cartera de los aficionados, de manera ruin, haciendo trueques, a sabiendas de que lo ofertado está muy por encima de su valor real.

Nos ha tocado convivir en una época, donde todo el mundo vive bajo el yugo del vil metal y si para ello se necesita minusvalorar la economía del «vecino» no importa, si con ello obtenemos privilegios y prebendas en forma de billete.

En paladín cristiano, hay una sociedad altiva que se enriquece a costa de individuos que están dispuestos a abonar un precio excesivamente alto, que no lo vale.

Ambos están de acuerdo en el pacto, el estafador y el estafado, con lo que al llegar a dicho acuerdo no se puede interponer denuncia por operación fraudulenta, ya que ambos saben las reglas del juego y están dispuestos a aceptarlas.

La pregunta es clara y diáfana: ¿Por qué lo hacen? 

Cada aficionado te dará una respuesta distinta, todas y ninguna son válidas. Cada cual tiene su aquel, su motivación que lo mueve, independientemente de la creencia que está siendo estafado por el sobreprecio pagado por un espectáculo por el que le piden el triple o incluso el cuádruple de su valor real.

Los mecenas que ofertan estas vivencias, se comportan como los piratas del Siglo XXI, que lo único que les interesa es hacer riquezas, aprovechando todo lo que mueve ese espectáculo y para ello no dudan en no sólo no favorecer a su colonia/tripulación, la cual deberá pasar por caja, sino también en perjudicar al resto de tripulaciones que osen visitar su tierra firme prometida.

Los que pierden son ellos, hasta cierto punto, Pues saben que, por la ley de la oferta y la demanda, tendrán bastante más éxito que fracaso, dadas las circunstancias en las que se ofrece dicho acontecimiento.

Del mismo modo, los grandes derrotados son aquellos fenicios que se dedican al comercio en su tierra ya que la gente tratará de minimizar costes, tras el «palo» que ha supuesto las entradas, abaratando costes e importando productos regionales para rebajar los costes producidos por dicho «capricho».

Del mal el menos, ya que los corsarios de la época consideran igual a un adulto que a un niño, que no tiene siquiera conocimiento, lejos de tildarlo de acto de piratería, deberíamos considerarlo como saqueo o pillaje, actos muy vinculados a otras épocas.

Me vanagloria el reiterar que No será este humilde columnista el que enriquecerá a dicho filibustero con el pago de lo requerido.

Estando más de acuerdo con otro tipo de actos de piratería, que disfruta todo estrato de la sociedad con independencia de su lugar, disfrutándolo.

Y no, Sr., no sería más barato de ser todos legales. Gracias en parte a ello, la gente con menos recursos puede ver espectáculos de compañías grandes y divisiones altas y actuaciones de entidades que por determinadas circunstancias se encuentran en categorías bajas y de los que son acérrimos seguidores.

Deberían reflexionar todos por el bien del espectáculo y llegar a acuerdos, ya que los perjudicados son siempre los mismos.

Actos de piratería, buenos y malos…